El brillo del caos
(reseña sobre "Al rayo del sol", de Fernando Callero)


Hay libros grandes y libros pequeños,  hay una gran marea editorial, obras subidas a la web y, a su vez, una tendencia colectiva a exponer la experiencia personal bajo las redes sociales y la luz de los monitores. También están las antologías personales de poemas, como aquella de Borges, los libros de Bossi y Schmidt editados por Nudista, “Horla city y otros poemas”, de Fabián Casas; los grandes libros editados por del Dock y “El estado y él se amaron” de Daniel Durand, una obra clave para la poesía contemporánea.
Alrededor de todo aquello gira “Al rayo del sol”, una compilación de los poemarios editados desde 1999 hasta la fecha por el mítico escritor entrerriano-santafesino Fernando Callero. La compilación es a la vez un recorrido ineludible por la obra de Callero, por sus temas, ritmos, alteraciones, épocas y cambios, y una selección de canciones (podcast) para leer por las noches, una especie de magma musical inventado por un dj de la mañana.
Hay en la obra de Callero una tendencia a la invención y al reciclaje de palabras (“perfeito”, “maquinando”, “sucedanear”), hay también una forma particularísima de contar la propia biografía y una presencia constante del  paisaje que no es tanto un lugar de retiro y descanso inocente y hippie, sino más bien un paisaje que es hogar y también ruina, una naturaleza que es destrucción y pixel. 
“Toda la mala leche se licúa finalmente con la lluvia”, escribe Callero. “Lo que hacen esas garzas con sus reflejos / yo ya lo aprendí a hacer en Corel”, escribe. “Mirá las vacas como se desgracian / en ese campo comedor reseco”, escribe.
Colección antológica de ocho poemarios, “Al rayo del sol” tiene sus puntos fuertes en “Una destrucción muy fina”, “Tokonoma” y “Aniversario”: hay un poema sobre un tipo que no para de mear, uno sobre la importancia del vicio en la vida, uno con la muerte poética de un pájaro y muchos con finales imprevisibles y únicos. 
“Al rayo del sol” es, finalmente, un ejercicio del caos y de la incomodidad: inquieto e incansable, Callero gira alrededor de si mismo y de las cosas y de lo que solemos creer que es un poema y un libro: ese giro resulta psicodélico, enloquecedor, divertido pero, sobre todo, vital, un vagabundeo estelar donde nos olvidamos quiénes éramos o qué hacíamos, o eso no importa, porque el sol seguirá siendo brillante.

 (publicado en la Voz del Int., 2013)