Monstruos vengan a mí
(Reseña sobre "La mujer que escribió Frankestein", de Esther Cross)
Están
las películas de zombies, los profanadores de tumbas, está ese videojuego
llamado Resident Evil (una de cuyas versiones es protagonizada por una mujer),
están todas las noticias sobre químicos que alteran el cuerpo, está la historia
del feminismo y también este presente global y tecnológico que parecería haber
existido por siempre en estas ciudades que son una selva.
Y
luego están los mitos fundacionales de todo eso. Por ejemplo, la revolución
industrial y aquella Londres neblinosa y humeante de fines del XVIII. Por
ejemplo, el romanticismo, aquellos artistas que si hubieran vivido en estos
años habrían dormido en un hostel. Por ejemplo, Frankestein, el horror y la
soledad de ese monstruo sin nombre que nos acostumbramos a llamar con el nombre
de su creador.
Es
sobre eso mismo que escribe Esther Cross en “La mujer que escribió
Frankestein”, una biografía sobre Mary Shelley y sobre los artistas que la
rodeaban, y los médicos que necesitaban cuerpos para estudiar y la industria
lumpen de los ladrones de tumbas.
Veloz,
apasionante, horrible, misterioso, basta asomarse al primer párrafo del libro
para entender la vida de lo que vendrá: “…en la tumba de Percy B. Shelley hay
una lápida que dice ‘corazón de corazones’, pero falta el corazón. El corazón
de Shelley está enterrado con Mary Shelley, su mujer, a cientos de kilómetros…
Así que en una tumba hay una urna con cenizas incompletas y en la otra hay un
corazón de más”.
Una
disección histórica, una investigación sobre la complicidad entre crimen y
medicina, la vindicación de una artista solitaria, una mujer perdida entre la
ciudadanía masculina y que ni siquiera podía ponerle su nombre a su obra; y
también la arqueología de nuestro amor por los zombies, todo en una prosa
puntillosa, clara y brillante.
Pero
sobre todo esto: un anaquel de freaks que miran a freaks que coleccionan a
freaks. Allá están el señor Naples, jefe de una banda resurreccionista; Mr.
Polidori, que odiaba a Byron; allá están todos los hijos que Mary Shelley fue
perdiendo; allí está la escritora Fanny Burney, sometida a una larga operación
de cáncer sin anestesia.
Y
ahí, delante y detrás del libro, Esther Cross logra mostrar la vitalidad de lo
vivido y de lo creado: ¿cómo puede ser que todo eso haya ocurrido? Parece
cruel, épico, monstruoso. De una u otra manera, Frankestein revive. A su lado,
ese otro monstruo: Miss Mary Shelley.
(publicado en la Voz del Int., 2013)